Es bien sabido que, igual que su madre, el rey Carlos III es una persona de fe, alguien con una profunda vida espiritual que siempre ha mostrado gran interés por las religiones, entre ellas la iglesia ortodoxa griega, a la que se siente muy próximo ya que su padre, Felipe de Edimburgo, profesó esta confesión hasta que, al casarse con Isabel II, tuvo que renunciar a ella y convertirse al anglicanismo.