Kate Middleton y Lady Di: la maldición de las princesas de Gales
La fatalidad ha perseguido a otras mujeres que, además de Kate Middleton y Diana Spencer, se casaron con herederos al trono británico
Lady Di mantuvo su título hasta su muerte
Lady Di, en una imagen de archivo.
Quizás la más afectada por esta mala estrella fue, precisamente, la anterior Princesa y suegra de Kate: Diana Spencer. Ladi Di ostentó el título desde el día en que, el 29 de julio de 1981, se casó con Carlos de Inglaterra.
Ella tenía entonces 20 años recién cumplidos y parecía la mujer perfecta para el heredero: joven, hermosa, inexperta y sumisa. Pero aquella unión no cuajó y, como todo el mundo sabe, acabó en divorcio en 1996 por sus incompatibilidades y la infidelidad del príncipe. Pese a la ruptura, Diana conservó la dignidad de Princesa de Gales hasta que murió, un año más tarde, en un accidente de coche en París. Tenía sólo 36 años.
Pero la historia de la maldición viene de mucho tiempo atrás, desde tiempos de Anna Neville, una "royal" que en 1470 se convirtió en la princesa de Gales por su matrimonio con Eduardo de Westminster, hijo de Enrique VI, que la dejó viuda al fallecer tan sólo un año después de haberse casado. Anna revirtió el incierto destino al que estaba abocada casándose en segundas nupcial con el rey Ricardo III, junto al que se coronaría como reina.
Catalina de Aragón, repudiada por Enrique VIII
Charlotte Hope como Catalina de Aragón en la serie 'The Spanish Princess'.
Otra aristócrata que ostentó el título maldito fue la española Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos y descendiente por vía materna de la casa real inglesa de los Lancaster. Fue la tercera princesa de Gales en 1501, con sólo 16 años, tras su boda con Arturo Tudor, heredero al trono y que murió un año después por una misteriosa enfermedad.
Culta, sensible e inteligente, Catalina sobrevivió en la corte durante siete años antes de que la casaran, en 1509, con Enrique VIII. Una de las prioridades del nuevo rey era engendrar un heredero para garantizar la continuidad de su linaje, los Tudor, pero de los seis embarazos que Catalina tuvo en nueve años sólo una niña, María, sobrevivió.
La falta de un heredero hombre hizo que el rey se quisiera deshacer de su esposa, repudiándola, para unirse a Ana Bolena, dama de compañía de la reina. Pidió la nulidad del matrimonio al Papa Clemente VII, pero éste no se la concedió y Enrique VIII provocó un cisma con la Iglesia de Roma para poder divorciarse.
Retrato de Ana Bolena.
La polémica también afectó a la alemana Carolina de Brunswick Wolfenbüttel. La sexta princesa de Gales obtuvo el título en 1795 tras casarse con Jorge Augusto Federico, hijo de Jorge III y heredero. Llegaron a la boda sin haberse visto nunca y al príncipe, un tipo jugador, derrochador y muy mujeriego, no le gustó su aspecto. A ella le pasó lo mismo. Su matrimonio fue un desastre y sólo tuvieron tres encuentros íntimos. Tras el nacimiento de su hija, Charlotte, no volvieron a vivir juntos y sus apariciones oficiales eran por separado.
Como no podían divorciarse, él la repudió y la obligó a marcharse para que no tuviera ningún contacto con su hija. Lejos de la corte, Carolina llevó una intensa vida social y amorosa, que fue desvelada públicamente por el rey para minar su reputación. Cuando accedió al trono, Jorge IV prohibió que su esposa (que era oficialmente la reina) accediera a la ceremonia de coronación.
La bellísima tatarabuela del rey Carlos III
Alexandra de Dinamarca fue la séptima princesa de Gales.
Con 19 años Alexandra de Dinamarca, tatarabuela de Carlos III, se casó con Alberto Eduardo, heredero de la reina Victoria, y se convirtió en la séptima princesa de Gales, siendo la que más tiempo ha ostentado ese título: desde 1863 hasta 1901. Su extraordinaria belleza y su dedicación a las causas sociales cautivaron a los ingleses, catapultándola a un nivel de popularidad parecido al de Diana.
Durante toda su vida tuvo que soportar las continuas infidelidades de su marido, que pasaba de ella y nunca se preocupó por la mala salud que Alexandra arrastró toda su vida: padeció sordera y una fiebre reumática le dejó una ligera cojera que ella, elegante, alegre y simpática como pocas princesas, supo llevar con suma elegancia.