La vida de Ana Obregón (capítulo 1): una niña soñadora y llena de imaginación
Bienvenidos a la apasionante vida de Ana Obregón. En el primer capítulo, recordaremos la primera infancia de la presentadora, que fue una niña con una imaginación desbordante
En 1965, en Madrid, vino al mundo una niña llamada Ana Victoria García Obregón. Era la tercera de cinco hermanos –dos chicos, Juan Antonio y Javier, y tres chicas, Ana, Celia y Amalia– y, en su casa, su madre se volcó en su prole en cuerpo y alma mientras su padre, Antonio García, un hombre hecho a sí mismo, trabajaba día y noche.
La figura de su progenitor fue fundamental en la vida de Ana, a pesar de que era un padre muy exigente con todos sus hijos, a quienes inculcó desde que eran muy pequeños valores como la disciplina y el esfuerzo. Antonio no quería que los niños se acomodaran a una vida fácil y, entre otras normas, estableció que, si no aprobaban sus estudios o él veía que no hacían todo lo posible por conseguirlo, no había paga al final de la semana.
El apodo de 'Antoñita la fantástica'
Los primeros nueve años de la vida de Ana trascurrieron felices en el piso de la madrileña calle General Mola (hoy Príncipe de Vergara), donde compartía habitación y literas con Celia y Amalia. Las tres eran compañeras inseparables de juegos y peleas. Mientras Celia era la bondad y la tranquilidad personificada y Amalia, la dulzura y la timidez en estado puro, Ana era un torbellino, traviesa, revoltosa y con una imaginación desbordante. Su madre siempre decía que era "como un pajarito lleno de alegría, cantando y correteando por toda la casa".
Un día, decidió de buenas a primeras que se había convertido en una bruja y que, con sus poderes mágicos, podía volar. Reunió a todos sus hermanos en la habitación para demostrárselo, se subió a la litera y saltó al vacío para descubrir que... de volar nada. Se pegó un trompazo que fue un golpe de realidad para la pequeña, quien recibió 10 puntos de sutura en la cabeza y el castigo de su padre por hacer el tonto. Tanta creatividad y capacidad de inventiva hizo que en su casa la llamaran, en broma, 'Antoñita la fantástica', un mote que le ha acompañado toda su vida, a veces, de manera divertida y otras, a modo de crítica por parte de aquellos que no han sabido comprenderla.
Por aquel entonces aún no pasaba los veranos en Mallorca, sino en Punta Umbría, en Huelva, donde, siendo muy pequeñita, ya mostró un gran interés y curiosidad por los insectos y donde podía pasarse horas siguiendo las huellas de los escarabajos en la arena...
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