Jaime Peñafiel: "Camilla, la villana que se convirtió en reina"
Después de 50 años siendo amante y luego esposa de Carlos III y de haber sido la persona más odiada del Reino Unido, su paciencia ha tenido recompensa
Escribe la periodista Concepción Calleja en ‘El triunfo de Camilla’ (Arcopress), que desde que Eduardo VIII renunció al trono en 1936, para casarse con la divorciada Wallis Simpson, "no ha existido una historia de amor como la de Carlos y Camilla, una mujer fuerte y sin escrúpulos en el amor y en las relaciones sexuales".
Cuando el 6 de mayo vi al arzobispo de Canterbury coronar a Camilla (en presencia de su exmarido, Parker Bowles), me pareció irreal, conociendo su pasado. Posiblemente, no era necesario que el reverendo pidiera a Dios eso de "hazla fuerte en el amor y defiéndela por todos lados", cuando no se ha conocido a ninguna mujer que haya demostrado amar con más fuerza y que se haya defendido con mayor coraje ante una sociedad que llegó a odiarla por ser la culpable del fin del matrimonio de Carlos y Diana de Gales.
Adiós a su pasado
El instante en que el arzobispo colocó sobre su cabeza la corona fue el final feliz e inesperado para su vida de amante clandestina y "madrastra villana", y el inicio de una nueva etapa como reina y mayor apoyo de Carlos.
Atrás quedaba su pasado de mujer brillante y con unas creencias sexuales liberales, que perdió la virginidad a los 18 años con un alumno de Eton, de quien no estaba enamorada. En 1967, inició una relación abierta con Andrew Parker Bowles y, a principios de los 70, conoció a Carlos en un partido de polo.
Tan intensa fue su relación, que el hijo de Isabel II se dio cuenta de que, en su condición de heredero, no podía salir con una mujer así. Intentó poner, no tierra, sino océanos de por medio, para evitar verla, embarcándose en la Marina Real en el Caribe. Fue allí donde se enteró, en 1973, de la boda de Camilla con Parker Bowles, una noticia que le causó el mayor dolor que jamás había experimentado.
Pero nada pudo detener aquel vendaval de pasión y, tras su regreso a Londres, ocurrió lo inevitable y él y Camilla retomaron su historia de amor, clandestina y adúltera, que lejos de acabarse en 1981, cuando Carlos se casó con Lady Di, continuó hasta romper el matrimonio de los príncipes de Gales en 1992. Ese año se publicó el libro "Diana, su verdadera historia", de Andrew Morton, en el que nos enteramos de la bulimia, los intentos de suicidio y del motivo de todas las desgracias de Diana: el "affaire" del heredero y su querida.
Eso, sumado al "Camillagate", conversación de sexo telefónico entre los dos amantes, que ha pasado a la historia como el "tampongate", en la que la actual reina sugería que Carlos podría convertirse en un "tampax" para estar siempre dentro de ella, convirtieron a la atrevida Camilla en un personaje despreciable.
Lo siguiente fue la muerte de Diana, el 31 de agosto de 1997, que hizo que Camilla subiese un peldaño más para ser, sin paliativos, la mujer más odiada del Reino Unido. Pese a todo, Carlos estaba dispuesto a continuar con la mujer que amaba llegando a declarar tajantemente: "Mi relación con Camilla no es negociable".
Serena e impasible ante los obstáculos
Con esas palabras, comenzó un largo camino lleno de obstáculos, para que Camilla lograra, primero, ser aceptada, incluso por Isabel II, y después, cierto grado de popularidad (hoy es del 48%). ¿Cómo? Con un minucioso lavado de imagen, en el que ayudó la prensa destacando su cercanía y su discreción, y con su compromiso y apoyo a causas como la osteoporosis y la violencia contra la mujer. A esto hay que sumar su impasibilidad y serenidad para afrontar las adversidades y humillaciones que ha tenido que aguantar. Y su paciencia. Porque siempre confió en que, con el paso del tiempo, lograría su objetivo.
En 1999, fue presentada a Guillermo y a Harry como novia oficial de su padre, y, aunque los jóvenes intentaron que no se casaran, en el 2005, Carlos y Camilla contrajeron matrimonio en Windsor. Hoy, 18 años después, es reina.
En el palacio la llaman Lady Boss (la jefa), es la primera persona a la que Carlos III consulta y en la Corte ya saben que como aliada es inestimable, pero como rival, puede ser fulminante.