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Manolo Santana en una foto de hace pocos años. 

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Con la muerte de Manolo Santana desaparece uno de los grandes iconos del deporte de nuestro país; nada menos que el hombre que popularizó el tenis entre los españoles de a pie en los grises y tristes años de la posguerra española.

Santana, al que el Parkinson que sufría desde hacía unos años había deteriorado mucho, falleció por un infarto a los 83 años de edad el pasado 11 de diciembre en Marbella, la ciudad malagueña que acogerá sus cenizas.

Manolo Santana estaba distanciado de sus hijos

Su muerte, seis meses después del fallecimiento de la colaboradora televisiva Mila Ximénez, la que fue su segunda esposa, ha dejado una estela de consternación y pésames, pero también un poso de tristeza porque el tenista se fue de este mundo sin hablarse, desde hace años, con cuatro de sus cinco hijos. Los motivos de ese distanciamiento tenían que ver con su cuarta y última esposa, la colombiana Claudia Rodríguez.

"He venido a despedirme de mi padre, al que quería mucho, no a darle el pésame a la viuda", declaró Alba Santana, que viajó desde Ámsterdam, donde vive con su marido e hijos, a los que Santana no conocía, para estar en la capilla ardiente que, tras un homenaje previo en Marbella, se instaló en la Caja Mágica de Madrid.

Allí acudió el rey Felipe para dar sus condolencias a la peleada familia de un deportista que siempre se consideró "un hombre con suerte".   

El niño de Vallecas que se enamoró del tenis

Lo cierto es que la tuvo. Nacido el 10 de mayo de 1938 en el madrileño barrio de Vallecas, fue el segundo de los cuatro hijos de un electricista y una ama de casa.

Su infancia de hambre y penurias empeoró cuando su padre, acabada la guerra, fue a la cárcel, pero la vida de Manolín cambió el día en que su madre le mandó llevar un bocadillo a su hermano mayor, que trabajaba de recogepelotas en el Club Velázquez.

Aquel deporte entonces de ricos le fascinó. "Me enamoré del tenis a primera vista, fue un auténtico flechazo", escribiría años después en sus memorias.

Aprendió a jugar al tenis con una raqueta que se hizo él mismo

Se empleó también como recogepelotas y chico para todo y aprendió a jugar a tenis con una raqueta que se hizo él mismo con el respaldo de una silla.

"Mi muñeca y mi estilo vinieron de aquella raqueta tan primitiva", aseguraba. Su suerte fue que un rico matrimonio se fijó en aquel niño simpático y le propusieron a su madre encargarse de su mantenimiento y educación.

Era 1955 y doña Mercedes, que acababa de quedarse viuda, lo vio como una salida para que su hijo esquivara la pobreza. "Con ellos aprendí a usar el cuchillo y el tenedor", explicaba Manolo, que, pese a todo, siempre mantuvo el contacto con sus orígenes y con su madre, a la que adoraba.

Una carrera llena de prestigiosos premios

Volvió al colegio, empezó a entrenar y, al poco, llegaron los primeros trofeos. Aunque de físico discreto, sus puntos fuertes eran su extraordinaria derecha y su capacidad para descolocar al adversario.

Su primer triunfo importante fue el Campeonato de España de 1958, pero su consagración como leyenda para el deporte español llegaría en la década de los 60: ganó el Roland Garros (1961 y 1964), el US Open (1965) y Wimbledon (1966), para él el más importante.

Tres años antes, se había casado con la gallega María Fernanda González-Dopeso y tuvo tres hijos: Manuel, Beatriz y Borja.

Siguió ligado al tenis hasta el final de sus días

Alentado por Juan Antonio Samaranch, que le garantizó un buen sustento económico, Santana nunca se profesionalizó, como sí lo hizo Andrés Gimeno, del que él siempre decía que era "el bueno".

Ganar la Copa Davis en 1965 y 1967 contra Australia lo convirtieron en un icono de la gris España desarrollista, poco acostumbrada a las victorias.

Curiosamente, en esa época empezó a gestarse también su retirada, ya que firmó con la multinacional Philip Morris como patrocinador de los cigarrillos Marlboro en España.

En 1970, dos años después de haber logrado una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de México, tuvo su último gran triunfo: ganar al australiano Rod Laver, toda una leyenda, en la final del Trofeo Conde de Godó de Barcelona.

Se retiró con 32 años, aunque siguió ligado al tenis como entrenador, promotor de torneos y jugador del circuito senior.

Mila, un amor corto, intenso y mediático

En 1980, rompió su matrimonio para unirse a Mila Ximénez de Cisneros, una sevillana a la que había conocido un año antes.

El expresidente Adolfo Suárez fue el padrino de boda de la pareja el 9 de febrero de 1983, que tuvo una hija, Alba.

Esa relación, la más tormentosa y mediática, se rompió en 1986. Un año después, salía a la luz que tenía una hija extramatrimonial de 6 años, Bárbara, fruto de su unión con una azafata.

En 1990, se instaló en Marbella y se casó con la modelo sueca Otti Glanzielu, con la que estuvo 18 años y, desde el 2014, estaba casado con Claudia Rodríguez, ya para siempre su viuda.