Pronto
Cerrar

La vida de Rocío Carrasco (capítulo 1): Una infancia marcada por las ausencias

Hija de padres famosos, parecía destinada a tener todo lo que soñara. Y sí, tuvo muchas cosas, pero echó mucho de menos una, a su madre. Aquí comienza el primer capítulo de la vida de Rocío Carrasco

Destapamos los momentos más ocultos de la vida de Rocío Carrasco.

E

Cuando abrió los ojos por primera vez, el 29 de abril de 1977, en la Clínica Nuestra Señora de Loreto, de Madrid, Rocío Carrasco Mohedano descubrió un mundo en el que, ella no lo sabía todavía, iba a costarle encontrar su lugar. Como esa pieza de puzle que jamás logra encajar.

Rocío Carrasco Mohedano con sus padres cuando fue presentada a la prensa y de niña.

No importó que su madre, Rocío Jurado, emocionada tras el parto, la presentara a la prensa desde la habitación 206 de la clínica, diciendo: "Es lo más grande del mundo. Como mujer creo que ya no tengo nada más a lo que aspirar". O que las primeras manos que la sostuvieron fuesen las del mismo ginecólogo que atendió a toda una reina, la reina Sofía, cuando dio a luz a las infantas Elena y Cristina. Ni que fuese considerada una princesa, por ser hija de un rey del boxeo y de la reina indiscutible de la copla. Ni tampoco que se la considerara "el bebé más caro del mundo del espectáculo" porque cuando la Jurado se quedó embarazada, anuló contratos por un valor de más de 50 millones de pesetas. Todos esos no fueron más que pequeños detalles, que, a pesar de los buenos augurios que muchos quisieron ver en ellos, quedaron reducidos a meras anécdotas que, si acaso, hacían aún más duro el tortuoso camino que le tenía deparado el destino.

Una niña que ya era famosa antes de nacer

Para Rocío Jurado, la niña fue una bendición.

Pero volvamos al mundo que Rociíto empezó a descubrir aquel primaveral 29 de abril de 1977, cuando a su alrededor todo era alegría y ella llegaba como una bendición para su madre. Porque, para Rocío Jurado, el nacimiento de aquel bebé fue la culminación de un sueño excepcional y único. "Mi embarazo fue glorioso. He sido madre hasta de mi madre, porque he tenido siempre un sentimiento maternal exagerado", declaró más de una vez la artista de Chipiona.

Pedro, orgulloso papá, dándole el biberón.

Es verdad que la pequeña, que ya era famosa antes de nacer, parecía destinada a una vida sin problemas y en la que lograría encajar perfectamente. Sus primeros años transcurrieron en Monteclaro, el chalet que sus padres tenían en Pozuelo de Alarcón (Madrid) y que era como un paraíso para una niña como ella, ya que no faltaba de nada para que se divirtiera, jugara y estuviera bien atendida.

Allí, siguió sorprendiéndose con la vida y fue forjando su carácter y sus gustos, que siempre fueron algo asilvestrados, ya que, aunque jugaba con muñecas y uno de sus regalos favoritos fue un "set" de maquillaje de "La señorita Pepis", también le gustaba subirse a los tejados, jugar a fútbol, a baloncesto y bailar. De hecho, cuando tenía 8 años, la mezcla de esta energía y su gusto por las alturas, hizo que tomase la decisión de ser ¡trapecista! "A mamá no le importa, pero papá dice que no me deja", le explicó a los periodistas, desde su inocencia infantil.

La pequeña era la alegría de la casa y pronto empezó a llevar a la familia de cabeza con sus travesuras.

No hay que olvidar que siendo como era hija de Rocío y de Pedro estaba acostumbrada a la prensa y a las cámaras, ante las que posaba con un desparpajo sorprendente para alguien tan pequeña, y no tardó en convertirse en la niña más fotografiada del país.

Los primeros años pasaron fugaces, como un suspiro para ella y para sus padres, y, pronto, Rocío se convirtió en una niña traviesa, presumida, tozuda y rebelde, como reconocía su propia madre cuando le preguntaban por el carácter de su retoño. Los recuerdos se fueron acumulando en su memoria, sus juegos, los maravillosos veranos en familia, la Primera Comunión, que hizo a los 8 años y en la que, jugando, un niño "por poco me saca un ojo", o uno de los regalos más especiales que le hicieron sus padres: un cachorro de cocker de color negro del que no se separaba.

La cantante y Rociíto, que pronto supo que ser hija de artista suponía estar meses lejos de su madre.

Pero no es oro todo lo que reluce. En las sonrisas de Rociíto había grietas, pequeñas gotas de tristeza que, sin ella darse cuenta, fueron haciendo mella en su alma. Y todo por culpa de las ausencias de sus progenitores, sobre todo las de su madre. Ella nunca se lo reprochó; es más, luchó por entenderlas porque siempre sintió un vínculo muy especial con La Más Grande y, a pesar de que sus giras y sus viajes promocionales eran constantes, Rociíto decía, con un sentido común y una responsabilidad que no eran propias para alguien de su edad: "Si mamá no trabaja, no comemos".

Pese a sentirse "abandonada", Rociíto adoraba a sus padres

Con su madre, durante unas vacaciones de verano, que recuerda como maravillosas.

A los 10 años, convertida en una niña de fama precoz por sus apellidos, concedió su primera entrevista y, en ella, además de definirse como una niña normal y corriente, ya dio muestras de su fuerte personalidad, que, sin duda, iba a servirle para soportar los silencios que se paseaban a sus anchas por el chalet de Monteclaro cuando sus padres no estaban (también Pedro se marchaba de la casa a causa de sus viajes de negocios). "A veces he pegado una torta a una niña en el colegio porque se ha metido con mis padres", diría entonces, demostrando que, a pesar de que les echaba de menos y se enfadaba cada vez que se iban, los adoraba.

Lo de que se enfadaba no es una forma de hablar. Siendo ya una adolescente, Rociíto confesó que llevaba grabado en el alma el doloroso recuerdo de esas ausencias. "Lloraba y lloraba hasta que un día dejé de llorar. Entonces, la que lloró fue ella, mi madre", confesaría, reconociendo cómo le marcó aquella sensación de abandono, incomprensible para una niña que se debatía entre el amor a sus padres y la tristeza de no tenerlos cerca más tiempo.

Rociíto hizo la Primera Comunión a los 8 años.

Pero es que Rocío Jurado estaba en lo más alto de su carrera y, aunque le doliera, no podía estar en todas partes a la vez. A pesar de ser la reina de la copla y La Más Grande y de que hablaba constantemente por teléfono con su hija, pendiente de cómo le iban los estudios y de todo lo que hacía, siempre llevó en su conciencia el peso de haber tenido que separarse tanto de ella. "En parte, yo he tenido la culpa de que no sea buena estudiante", diría en una entrevista en el 2003, asumiendo una de las consecuencias de su carrera y reconociendo, sincera y apesadumbrada, la espinita que eso le había dejado en el corazón. En definitiva, a Rociíto, una niña que, aparentemente, lo tenía todo, le faltaba lo más importante: la compañía, la complicidad, los mimos, los juegos, las palabras tranquilizadoras y las caricias de su madre.

Durante las largas temporadas que la artista se iba de gira, la pequeña estaba atendida por su hombre de confianza, su secretario, Juan de la Rosa, a quien la niña llamaba Tito Juan. Fue él quien le hizo muchas veces de padre y de madre, y quien se ocupaba de todo lo que se refería a su bienestar. Pero, aunque para Rociíto fue como un salvavidas y su mayor aliado en aquellos años infantiles, nunca pudo sustituir el afecto y el amor que Rociíto demandaba de sus padres.

Que la niña acabase siendo una mala estudiante y una joven rebelde no es extraño. Porque no haber tenido a su lado a su madre y a su padre le privó, no sólo de su cariño, sino también de la disciplina y la educación necesarias para una niña. Algunas compañeras de clase comentaban que la hija de Rocío Jurado era muy rebelde, que campaba a sus anchas y hacía lo que quería, presumiendo de ser quien era y de la fama de sus padres.

Su fracaso como estudiante fue una de las consecuencias de su infancia repleta de silencios y de las escasas conversaciones y complicidades con su madre. Y todo se agravó cuando la cantante pasó una depresión tras perder, en 1981, a su segundo hijo durante el embarazo. Para la niña Rocío encajar la tristeza de su madre fue tan complicado que, seguramente, llegó a sentirse culpable de aquel hundimiento, incomprensible para ella.

"Es mejor para todos", dijo tras la ruptura de sus padres

Cuando pasaba tiempo con sus padres, la sonrisa de la pequeña brillaba más que nunca.

Su infancia se alargó hasta 1989. Tenía 12 años y creció de golpe cuando sus padres le anunciaron que se separaban.

Pero, lejos de mostrar su dolor, Rociíto volvió a dar muestras de una madurez impropia para una niña tan pequeña. Tenía 12 años y, con gran serenidad declaró: "No estoy triste porque sé que es mejor para todos". ¿Cómo es posible que una niña tan pequeña diese muestras de tal fortaleza y madurez ante las ausencias de sus padres, que entendía como un mal necesario y, cuando éstos decidieron separarse? Tal vez se explica con una palabra. Miedo. El miedo al abandono, a no encajar, a no hallar su lugar en sus vidas, a perder para siempre su amor, a sentir que les fallaba y a alejarlos de ella si se atrevía a mostrar todo su dolor, su enfado y su rabia. Mejor, se dijo, guardar silencio.

Reveladoras son unas declaraciones que haría años más tarde: "No soy amiga del conflicto. No me gusta la tensión, no me gusta el mal rollo... Soy dueña de mis silencios y esclava de mis palabras, y a mí, la esclavitud no me gusta".

Y, así, convertida en reina y señora de sus silencios iba a entrar en la adolescencia, una época de ruptura familiar y en la que todos los temores y la rabia que había acumulado acabarían emergiendo y cristalizando en una rebeldía que iba a lanzar contra su madre.

No te pierdas el segundo capítulo de los momentos más desconocidos de la vida de Rocío Carrasco.