La vida de Lola Flores (capítulo 3): su amor más pasional, irracional y destructivo
Manolo Caracol pasó por su vida como un huracán. Le llevaba 14 años, era celoso y agresivo y arrastró a la artista a una vida peligrosa donde hubo juergas, drogas, golpes y abortos
Todo en la vida de Lola Flores se desbocó cuando, con un coraje inusual en esos tiempos, una joven que apenas había superado las 21 primaveras cambió su honra por el triunfo. Convertida en la amante de aquel empresario y benefactor llamado Adolfo, que sacaría a su familia de la pobreza, Lola y él –acompañados por Rosario– se plantaron en Sevilla para gestar el nuevo proyecto profesional que ella tenía en mente y que él estaba dispuesto a sufragar: un espectáculo de la jerezana con Manolo Caracol.
Así, viajaron hasta la casa del artista del momento para ponerle sobre la mesa un contrato que acabaría aceptando, por 500 pesetas diarias. Arrancaba así la historia más exitosa, pasional y destructiva de la pareja de artistas del momento.
"Cuando estaba cerca de él, sentía un mareo, un arrebato"
De hecho, ya en las fotos de la promoción, Lola, que sentía una pasión irrefrenable por "el Caracol", se asfixiaba estando tan cerca del cantaor frente al fotógrafo, notando su cuerpo tan próximo y su aliento acariciándola. Estaba loquita por sus huesos.
Manolo tampoco podía domar sus instintos hacia ella con facilidad. Así, cuando cenaban juntos con Adolfo, él no perdía oportunidad de rozar la turgente pierna de Lola por debajo de la mesa. "Yo sentía entonces como un mareo, un arrebato, me moría, era como una ceguera", ha reconocido la propia Lola, que, enseguida, se vio atrapada por la fuerza hipnótica que desprendía Manolo.
Lola Flores ardía por dentro por Manolo Caracol
Su primera actuación juntos fue en Valencia, en 1944, con un espectáculo llamado "Zambra". Manolo cantaba pegado a la cara de Lola con la voz rota, profunda y diabólica que a ella le erizaba el vello y le provocaba taquicardias mientras entonaban aquella famosa "Niña de fuego", tan bien titulada, pues la Flores ardía por dentro con aquel hombre.
El público se desvivía con aquella pareja salvaje que pronto dejó que sus deseos afloraran. Un día, Adolfo, que seguía enamorado de Lola, entró de improviso en el camerino de ella y la encontró semidesnuda, con Manolo encima, desatando su pasión.
Pero Caracol, acostumbrado a situaciones comprometidas, dijo: "No es lo que piensa, amigo, es que a estas potrancas jerezanas hay que domarlas antes de salir a escena".
"Éramos los dioses de la madrugada"
Ese día Adolfo desapareció de sus vidas y ellos se convirtieron en sus propios empresarios. Juntos iban a eventos, corridas de toros, a las juergas más sonadas de la capital, y rápidamente la gente empezó a comentar lo mucho que se querían, pero también cuánto se peleaban.
"Teníamos una vida violenta y maravillosa. Éramos los dioses de la madrugada", cuenta Lola en sus memorias "En carne viva". Lo que obvió decir ante la grabadora de Tico Medina lo confesaría años después, cuando reconoció haber tomado cocaína con Manolo Caracol, que la introdujo en un vicio al que ella sucumbió en repetidas ocasiones, aunque siempre con moderación, decía.
Manolo mantenía su romance con Lola estando casado con Luisa, que siempre fue su mujer y a la que nunca abandonó. Y al vientre de Lola no tardaron en llegar los embarazos. "Pudimos tener varios hijos. Pude traerlos al mundo, pero yo no quise", explica Lola.
Manolo no dejaba que Lola ni siquiera mirase a otros hombres
Además, aunque ella sentía una pasión desmedida por Manolo, no era el padre que quería para sus hijos, pues enseguida llegaron los golpes y los malos tratos. Nunca se dijo en la prensa, ni salió en ningún titular porque era un tema tabú en la época, pero era conocido por todos.
Lola se debatía entre el amor irracional y el temor por su integridad física. Ni siquiera podía mirar a otros hombres, pues eso podía provocar en Manolo un vendaval de furia y puñetazos.
De hecho, una noche, ambos fueron invitados a una fiesta. Allí, de pronto, la jerezana se topó con los ojos de un hombre de mirada intensa y seductora. Era un joven guitarrista catalán, un gitano llamado Antonio González, "el Pescaílla".
A Lola le gustó, pero bajó la mirada y dejó pasar para más adelante –sin que ella lo supiera entonces– ese flechazo. Lo contrario hubiera acabado con los ojos de Lola negros de un guantazo.
Manolo Caracol era muy aficionado a las orgías
Claro que eso no ocurría cuando era Caracol el que flirteaba con otra mujer. No sólo lo hacía con libertad, sino que más de una vez llegó a meter a una –o varias– en la cama de Lola, incluso con ella dentro, pues era muy aficionado a las orgías.
Ciega de amor, ella aguantaba a aquel hombre que, a veces, la empequeñecía sobre el escenario. Y es que si él tenía una mala noche, en la que no estaba bien cantando, ella hacía que daba un traspié, bailaba peor o se confundía a posta para que la gente se diese cuenta de sus errores y se olvidase de los de él.
"Él me enseñó mucho y yo le di todo: le di juventud, le di humildad, porque nunca quise ser más que él, entre otras cosas porque siempre estaba ahí, delante", contaba ella años después.
Su familia le rogaba que se separase del cantaor
Pero no había forma. Lola se derretía cuando él le cantaba al oído, y seguía enganchada a él. Mientras, en su casa, su familia se moría de pena con esa relación. Incluso su hermano, Manolo, le decía que lo dejara cada vez que la veía llegar a visitarlos con gafas de sol y un ojo morado bajo ellas.
"Todos me suplicaban que lo dejara. Pero yo no podía", confesaba Lola con dolor. Como si un cruel imán la tuviera hipnóticamente enganchada a él, Lola sucumbía a todas sus exigencias. Él la llevó al precipicio muchas noches de juerga, en las que la artista acababa borracha, con su voluntad perdida por los bares y tabernas.
"Por muy mala y golfa que yo fuera, lo que era antes que nada es una niña, y él me emborrachaba con su enorme fuerza por fuera y por dentro y me llevaba hasta el final, donde él quería", recuerda Lola.
No había hotel al que fueran donde no acabaran liándola a gritos y rompiendo parte del mobiliario. Él, cruel, la maltrataba también a nivel psicológico hasta el punto de que llegó a decirle que Rosario no la había parido y que era hija de una gitana.
Ella, enloquecida, viajó a Jerez para buscar a la comadrona, que la tranquilizó ante tal disparate. Además, como un mantra destructor, Manolo no paraba de repetirle aquello de: "Tú sin mí, Lola, no eres nada".
Se dio cuenta de que podía tener una vida lejos de Caracol
La tragedia se acrecentó más en la vida de la jerezana cuando en 1948 su querido hermano, Lolo, sufrió una apendicitis a los 15 años y su estado se complicó terriblemente por culpa de una peritonitis. A punto de fallecer, imploró a Lola que dejara a Manolo, algo que ella tuvo claro cuando el joven cerró sus intensos ojos verdes por siempre jamás ante el dolor de su hermana, que a partir de ese momento perdió la ilusión por todo. Incluso por su destructiva relación.
Lola necesitaba volver a vivir, a sentir, y lo consiguió tiempo después. Todo sucedió gracias a una fiesta en Barcelona a la que fue invitada y en la que repentinamente su negra mirada se encontró con los ojos penetrantes de Manolo González, un torero que la sacó a bailar y le empezó a decir cosas bonitas al oído.
"Me di cuenta de que había otra forma de escuchar las hermosas palabras de amor, y me hizo sentir como cuando tenía 13 años", recuerda la artista.
Aquel moreno lo tenía todo para enamorarla: era sevillano, torero y soltero. "Me dejé querer peligrosamente", cuenta Lola, la cual, harta de su intempestiva relación, empezó a verse con su nuevo admirador. Y se dio cuenta de que seguía siendo mujer, de que era bonita y de que todavía podía tener una vida lejos de Caracol.
Manolo Caracol dio una paliza al perrito que tenían
Sin embargo, todavía siguió un tiempo aferrada a él, hasta que estalló. Primero fue por una paliza que el cantaor le dio a Zambra, un perrito que tenían y cuyo nombre hacía honor al espectáculo que los unió.
Al parecer, tras una bronca entre los artistas, el perro se puso a ladrar con tanta furia que Caracol le propinó un puntapié casi mortal que dejó a Lola atónita y destrozada, sufriendo toda la noche por el perrito, que lloraba y gemía medio moribundo.
Pero la gota que colmó el vaso ocurrió días más tarde, viajando juntos. En plena discusión, Manolo Caracol le soltó un desafortunado "me cago en tus muertos", ante lo que ella, rota de dolor por lo que consideró una alusión a ese hermano que tanto quiso, le respondió: "Yo no me puedo cagar en los tuyos, pero te estoy engañando con el torero Manolo González".
Lola logró cortar todos sus vínculos con Manolo Caracol
Lola por fin dejó a Caracol, aunque su historia con el torero no prosperó porque él se echó novia. Pero lo importante es que él le había echado un capote para acabar con su tóxica relación. Y Lola lo hizo con todas las de la ley, llevando a Caracol ante un notario para firmar la ruptura como pareja artística y separar el legado que habían formado juntos.
Lloraba mientras firmaba, y él tampoco pudo reprimir sus sentimientos. "Lloraba de verdad, de amor y dolor al mismo tiempo", recordaba ella. Se despidieron con un abrazo y Lola no echó la vista atrás.
Una nueva Lola Flores libre y más fuerte había renacido para comerse el mundo con nombre propio.