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Cuando contrajeron matrimonio, Letizia y Felipe tenían 31 y 36 años, respectivamente.

A.L.J.

El 22 de mayo del 2004 en Madrid fue un día de esos en los que lo mejor es quedarse en el sofá con una manta y ver la tele. Pero Felipe de Borbón y Letizia Ortiz tenían otros planes: casarse... a pesar de la tormenta. La novia se veía incomodísima, posiblemente por los 5 kilos que pesaba la cola de su vestido de Pertegaz y porque, cuando iniciaba a pie los 160 metros que había desde el coche hasta la catedral de la Almudena, se desató el diluvio universal y los servicios secretos la obligaron a volver al Rolls-Royce a toda prisa al grito de "¡al coche, al coche!".

A pesar de la lluvia, ¡muchos salieron a la calle para ver a los novios!

Tanto llovió que el agua empezó a acumularse en la enorme carpa que cubría el patio del Palacio Real. Hubo que llamar a los bomberos por riesgo de desplome y los invitados, en vez de ir andando, como estaba previsto, llegaron en autocares y en bloque, provocando el desborde de los camareros y de los baños...

Y empezaron las anécdotas

A colación de aquel colapso, recuerda Miguel Ángel Revilla que su colega Manuel Chaves le había aconsejado tomar un café con sal en ayunas para aguantar más rato sin ir al baño porque está operado de la próstata. Y funcionó. Al menos, durante un rato. Al llegar al palacio, Revilla tenía tal urgencia que recuerda que subía las escaleras de dos en dos y que tuvo la suerte de ver un servicio aparentemente vacío. El problema fue que, al abrir, comprobó que estaba ocupado.

 

Harald de Noruega!", gritó Revilla. "Yes", afirmó el soberano, irritadísimo, mientras el cántabro cerraba la puerta y le decía al siguiente de la cola: "Está sentado en su trono".

 

 

Quizá por todo aquel follón, la entrada de Ernesto de Hannover por una puerta de servicio pasó desapercibida para muchos invitados. No como la llegada a la iglesia de su esposa, Carolina de Mónaco, unas horas antes y más sola que la una, mientras él dormía la mona tras una noche loca en la discoteca Gabana.

 

 

¿Y cómo olvidar el arranque de Froilán, el paje más travieso de la ceremonia, que, en plena boda, se levantó de su asiento para arrearle una patada a una de las damitas de honor? La pataleta previa de su primo Juan Valentín, negándose a entrar en la catedral hasta el último momento, tendría que haber pasado a la historia, pero lo de Froilán lo superó por tanto que el hijo mayor de la infanta Cristina acabó pasando desapercibido.

 

 

Aunque fue uno de los días más felices de la vida de Letizia, su semblante serio durante la jornada tenía un motivo de peso: se había despertado con fiebre. Sin embargo, logró remontar la situación y acabó mostrando su mejor cara pese a las circunstancias.

 

 

La novia contó con la presencia de sus abuelos paternos, Menchu Álvarez del Valle y José Luis Ortiz, ya fallecido. En la imagen aparecen junto a su tía, Henar Ortiz. De hecho, su abuela fue una de las personas que leyeron en el enlace. Gracias a su pasado en la radio, su intervención fue muy aplaudida. Eso sí, mientras hablaba, sonó un treno que hizo retumbar todo el templo.