Acaban de cumplirse cinco años de la muerte de Cayetana, mi duquesa de Alba, que eligió Sevilla para su último acto de rebeldía. El primero fue cuando, estrenando adolescencia, quiso contraer matrimonio con un torero, Pepe Luis Vázquez, sevillano por más señas. El penúltimo, casándose –y en Sevilla tuvo que ser– con Alfonso Díez, en el 2011. Su tercer marido.
El funeral por su alma me ha traído a la memoria su intensa biografía sentimental y la relación que entablé con todos sus amores. Porque, curiosamente, cada uno de sus maridos, fue amigo mío a su manera.
Luis MartiÌnez de Irujo era un hombre discreto, siempre a la sombra de Cayetana. FallecioÌ con soÌlo 52 años de leucemia, en un hospital de Houston. Aunque la suya no fue una gran historia de amor, ella sintioÌ su muerte profundamente. Con JesuÌs Aguirre, mi relacioÌn fue muy especial. El exjesuiÌta era uno de los hombres maÌs inteligentes, cultos y caÌusticos que he conocido. DespueÌs llegoÌ Alfonso. Todos, o casi todos sus hijos, reconocieron que habiÌa hecho muy feliz a su madre en el uÌltimo tramo de su vida.
¡Qué gracia me hacía Jesús Aguirre, quien se identificó tanto con el «cargo» que, cuando le dolía la cabeza, decía: «Tengo las jaquecas hederitarias de los Alba!».