Un mercadillo navideño para reinsertar a menores infractores
Chicos y chicas que viven en centros por imposición judicial tras haber cometido delitos encuentran en la elaboración de artesanía una forma de reencauzar sus vidas
Las mismas manos que un día golpearon a familiares o a parejas, empuñaron un arma blanca en un robo o cometieron delitos se han convertido –gracias a la terapia, la atención de sus educadores y el trabajo en sus centros de reclusión– en herramientas para tallar, pintar, encuadernar, tejer y crear piezas artesanales fascinantes, que se pusieron a la venta hace unos días en Madrid, en un mercadillo navideño organizado por la Agencia de la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor en colaboración con la Fundación Profesor Uría.
Este evento anual, que celebraba su 7ª edición, contó con el trabajo de seis centros donde adolescentes y jóvenes infractores cumplen internamiento: Renasco, Altamira, El Madroño, El Laurel, el Lavadero y Teresa de Calcuta y fue inaugurado por Yolanda Ibarrola, viceconsejera de Justicia y Víctimas de la Comunidad de Madrid, que destacó que "nuestra misión es ayudar a estos menores que se han equivocado. Los números dicen que 9 de cada 10 jóvenes que pasan por estos centros no vuelven a delinquir y se apartan del mal camino".
Trabajos que refuerzan la autoestima
Los educadores sociales y directores nos destacaron lo importante que son para sus chavales los trabajos manuales, casi una terapia. "Hacen cosas que les sorprenden y enorgullecen", destaca Juana Mateo, directora de El Lavadero.
También lo creen los educadores de El Laurel: "No sólo es el aprendizaje de habilidades para trabajar, sino ejercitar la concentración que muchas de ellos han perdido". Por su parte, Luis Miguel Novalbos, educador de Altamira, asegura que "con las manualidades están mucho más relajados y esa labor les refuerza la autoestima".
Uno de sus chicos, de 17 años y en régimen semiabierto tras un robo con violencia, reconoce que los trabajos de artesanía le ayudan a que el tiempo pase más rápido. "Además, me relaja y se me da muy bien", nos dice, orgulloso.
También la encuadernación y la cerámica han hecho que una de las chicas del centro Teresa de Calcuta muestra una actitud diferente. "He cambiado muchísimo, sobre todo en cuanto a la agresividad. Ahora me controlo mucho", nos dijo una joven que no quiere explicar cuál fue su delito, contenta porque el dinero recaudado en el mercadillo será para consolas y bicicletas para los chavales de los centros.
"El que agrede, sufre"
Trabajar en centros de ejecución de medidas judiciales (que acogen chavales desde los 14 hasta los 23 años) no es sencillo. "La convivencia es complicada porque están en contra de su voluntad, por resolución de un juez. Pero intentamos que vean que estar allí es una oportunidad, que los psicólogos, trabajadores sociales y educadores pueden ayudarles. Son chavales que no han tenido una vida fácil. Si han sido violentos es porque la sociedad ha fallado antes de que ellos desarrollasen ese comportamiento. El que agrede sufre. Están agrediendo a las personas que más quieren, con lo que el sufrimiento es muy alto", nos cuentan.
"Con que sólo uno cambie y estudie o trabaje vale la pena"
"Trabajamos para su reinserción y, en ese camino, hay reeducación, cambios de conducta, intervención en ámbitos como la higiene, la comida, la formación… Cuando el chico hace ese cambio de chip, ve las cosas que están mal y conseguimos que empatice con la víctima. Con que sólo uno estudie o trabaje al salir, ya vale la pena todo el esfuerzo", explicó Juana Mateo, de El Lavadero.
Algunos centros tienen a chicos que han cometido agresiones en el entorno familiar, otros están especializados en la delincuencia derivada del consumo de estupefacientes y los hay que tienen casos más duros, hasta homicidios. "Ahora, están aumentando los robos con intimidación y violencia y los homicidios por la afluencia de bandas latinas", nos dijo Celia Sánchez, del Teresa de Calcuta, en Brea del Tajo (Madrid).
La Administración atendió en el 2021 a 3.216 menores y jóvenes. El 82,3% son varones, más del 53% supera los 18 años y el 6% tiene entre 14 y 15 años. El 90% de los que cumplen medidas judiciales en los seis centros de la Agencia acaban con éxito su estancia, reduciéndose el riesgo de incidencia delictiva.