De la boda más romántica a la más extraña de Noruega
Yo que he sido testigo de muchas bodas de la realeza jamás vi una más emocionante que la de Harald y la costurera Sonia Haraldsen ni una más extravagante que la de Marta Luisa y el chamán Durek Verret

Marta Luisa y Durek
La Familia Real noruega ha sido noticia por la boda más extraña celebrada en una monarquía. Y es que los contrayentes han sido la princesa que habla con los ángeles, Marta Luisa, de 52 años, hija de los reyes Sonia y Harald, y el chamán norteamericano Durek Verret, de 49, que se definen como "una pareja espiritual conmovedora" y que se dieron el "sí, quiero" el 31 de agosto en el fiordo de Geiranger, al oeste del país y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El pueblo noruego se entusiasmó con Sonia

Marta Luisa y Durek con sus familiares y amigos en su boda.
Yo, que he sido testigo de más de 50 bodas reales a lo largo de mi carrera, puedo asegurarles que jamás he visto llegar a una novia, como ha hecho Marta Luisa, oculta tras unas sábanas en un intento desesperado por defender la exclusiva que había vendido. Ante este surrealista enlace, más que real irreal, obligado es recordar hoy aquí el de Sonia y Harald, padres de la contrayente.
Fue hace 56 años, el 29 de agosto de 1968. Ese día, por la tarde, el repicar de las campanas de la catedral de Oslo puso un jubiloso epílogo a una batalla de 10 años por el triunfo del amor. Porque para llegar allí, Harald, que era un príncipe triste y solitario, que sólo tenía ojos para una persona, tuvo que decirle a su padre, el rey Olav: "O ella, o me quedaré soltero para siempre". Y, sensible a este argumento, el monarca cedió.

Marta Luisa y Durek, un chamán de sexta generación al que conoció en el 2019, cuando vivía un mal momento.
Por lo demás, nada pudo enturbiar la felicidad de los novios ese día, ya que lo único que les importaba era convertirse en marido y mujer ante Dios y su pueblo. Ni siquiera la comentada ausencia de gran parte de las familias reales –como ha ocurrido con Marta Luisa y Durek, que sólo contaron con la presencia de "royals" suecos y holandeses–, que manifestaban de esa manera su disgusto y crítica, poco elegante, por el matrimonio del heredero de Noruega con Sonia Haraldsen, una modesta costurera de Oslo. De todos modos, la prensa y el pueblo noruego sí se volcaron con entusiasmo en la ceremonia, celebrando que una muchacha del pueblo pudiera llegar a ser reina algún día.
A pesar de no haber sido realizado por ninguna firma de la alta costura, sino por la propia novia, el vestido que lució era muy elegante y sencillo. Normal. Sonia, hija de la dueña de una tienda de ropa para señoras, había aprendido a la perfección el oficio de modista y tenía el diploma de Corte y Confección.
Veinticinco dramáticos minutos para Harald

Sonia y Harald junto al rey Olav.
Una vez en el interior de la catedral, el príncipe Harald, que había perdido a su madre en 1954, ocupó un sillón frente a su futura suegra, de cuyo brazo llegó al templo en espera de la llegada de la novia. Y comenzaron a pasar los minutos, uno a uno, y Sonia no llegaba. Pasados 15, el rostro de Harald comenzó a ponerse majestuosamente serio y él no dejaba de mirar hacia la puerta. Tan impaciente se puso, que, en un momento determinado, todo el mundo pudo oír cómo, volviéndose hacia su madrina, preguntaba con mal disimulada impaciencia: "¿Dónde está Sonia? ¿Por qué no ha llegado ya?".
Esta tremenda prueba duró 25 minutos, que para él debieron de ser 25 veces la eternidad. ¿Qué estaba pasando? Simple y sencillamente que Sonia, vestida de novia, y el rey Olav salieron del palacio con retraso, una tardanza no tan grande, claro está, como la de Marta Luisa y Durek, que tendrían que haberse casado en el 2022, pero que, por varios motivos, pospusieron la fecha hasta la semana pasada.

Posado de los recién casados el día de su boda, el 29 de agosto de 1968.
A Sonia y Harald, los vítores de la multitud les acompañaron durante los 1.300 metros que separan la catedral del palacio real. Emocionada hasta lo indescriptible y bellísima, ella, que se había levantado el velo que la cubría, dejaba ver su sonrisa y su rostro intensamente pálido. El rey Olav no parecía menos emocionado. Tenía motivos. Por un lado, aquella muchacha que se sentaba a su lado iba a convertirse en la esposa de su hijo y, por otro, era la primera vez desde hacía 742 años, que un heredero al trono se casaba con una noruega. Y esta joven no sólo se convertiría en su hija política, sino también en Su Alteza Real, la princesa heredera Sonia de Noruega, con todos los derechos y privilegios que, hasta entonces, estaban reservados a las familias reales.
De esta boda recuerdo sobre todo la emoción que sobrevoló la ceremonia. Fue tan intensa, que, cuando el obispo le preguntó a Sonia si quería por esposo a Harald, ella intentó decir "sí", pero un nudo atenazó su garganta y la voz se le quebró en un sollozo al tiempo que movía la cabeza afi rmativamente.
Harald le cogió las dos manos y las retuvo, al tiempo que Sonia levantaba la cabeza para mirarle con el rostro bañado en lágrimas de felicidad. Una felicidad que sigue llenando sus vidas 56 años después.