En la sala de las Guillotinas de la Biblioteca Nacional, sita en el madrileño paseo de Recoletos, se rinde un homenaje por todo lo alto a Lola Flores. En el centenario de su nacimiento, se ha organizado una gran exposición que lleva el título de "Si me queréis, ¡venirse!", inaugurada el 29 de septiembre y que puede verse hasta el 21 de enero del próximo año. Es una forma de recorrer su gran trayectoria a partir de los fondos que se guardan.Se la conoció como la Faraona, un apodo que le acompañó mientras vivió y aún después de muerta y que le iba como anillo al dedo, ya que reinó en el mundo artístico como un icono a lo largo de toda su vida, una vida llena de amores, lágrimas, celos, deudas y, sobre todo, mucho arte.Su existencia estuvo marcada, hasta el día de su muerte, por la pasión. Yo, que tuve la suerte de conocerla y tratarla, puedo dar fe de que no ha habido otra mujer como ella.Mi admiración por ella es total, porque, a pesar de sus orígenes, llenos de penalidades, fue lo suficientemente inteligente para salir adelante y sacar dinero de debajo de las piedras, con una imaginación asombrosa y con su arte. Hoy, 28 años después de su muerte, continúa siendo una referencia para cantaoras, bailaoras y artistas en general. Y es que, como me dijo: "Aunque yo muera, seguiré viva. Seré eterna".Cuando Dolores Flores Ruiz nació, el 21 de enero de 1923, en Jerez de la Frontera también llegó al mundo Lola Flores, cuyo arte empezó a despuntar a los 10 años, en la taberna de su padre. Desde entonces, su vida se escribió a gran velocidad, hasta que falleció a los 72 años, víctima de un cáncer contra el que luchó durante décadas.