Lluís Llongueras: la intensa vida del famoso peluquero español
El pasado lunes 29 de mayo fallecía a los 87 años este peluquero, escultor y artista autodidacta catalán que revolucionó el mundo de la peluquería con su enfoque innovador y vanguardista.
Lluís Llongueras Batlle nació en Esparraguera (Barcelona) el 24 de mayo de 1936. Sus padres, Antoni y María, eran modistos y tenían un taller de costura en su casa y Lluís creció rodeado de mujeres, no sólo de las clientas que acudían a realizar sus encargos, sino de las amigas de su madre y sus tres tías por parte materna, que lo adoraban.
Inquieto y alegre, fue el rey de la casa hasta que, nueve años después, nació su hermano Enrique, al que siempre estuvo muy unido y que sería uno de los socios de su empresa. Cuando éste llegó al mundo, Lluís ya había adquirido ciertas responsabilidades en el negocio familiar, y era el chico de los recados, seduciendo a las clientas con su labia cuando entregaba sus pedidos.
Estudió Bellas Artes, hasta que fue consciente de que no era la suyo. "Supe que no llegaría a ser el primer pintor o escultor del mundo y lo dejé", ha reconocido. Pero, con 14 años, encontró su vocación, la peluquería, en la que empezó desde abajo.
Servicios con "final feliz"
Entró de mozo en el salón Can Dalmau, donde hizo labores como barrer el suelo, servir café o pedir taxis a las clientas. Pero, era muy observador y fue tomando nota de cómo ejercían la profesión los maestros peluqueros y, cuando salía del salón, practicaba lo que había visto con su tía Teresa y sus amigas, a las que peinaba.
Pronto se ganó una gran reputación entre las señoras del barrio, que hacían cola en el recibidor de su casa mientras él daba rienda suelta a su creatividad con tijeras, peines y secadores en su habitación. Sin embargo, era tan inquieto y curioso que, mientras inventaba peinados y nuevos estilos, estudió psicología, idiomas y protocolo. Antes de llegar a la mayoría de edad, ya había descubierto la sexualidad.
Durante un tiempo, Lluís Llongueras hacía servicios de peluquería a domicilio que acababa muchas veces con un "completo" con "final feliz". "Aunque era feo y delgaducho, se me rifaban. Eran mujeres insatisfechas, sus maridos no les daban nada y yo las conquistaba porque notaban que yo admiro a las mujeres, las respeto y sé captar su belleza", reconocía él.
En 1958, con 25 años, Lluís consiguió que el banco le diera un crédito de 300.000 pesetas y se asoció con su hermano para abrir su propio salón, donde empezaría a llevar a cabo aquello a lo que tantas vueltas le había dado: convertir el cabello en un complemento más y aplicarle los mismos criterios que a la moda, innovar, arriesgarse y ser un ejemplo de creatividad.
Lolita Poveda, su primera esposa
Mientras experimentaba con moños, recogidos y cortes, creando estilos que enamoraban, su corazón se serenó y se casó con Dolores Poveda, Lolita. Con ella tuvo tres hijos –Esther, Cristina y Adán– y vivió una década de los años 60 pletórica, sobre todo después de haber abierto en Barcelona un salón con aire acondicionado y servicio de maquillaje. Disparado al estrellato, a finales de los 70 sus peinados y, sobre todo, sus pelucas de pelo natural se consideraban imprescindibles entre aristócratas, actrices y ricos de la época.
Por sus manos pasaron desde Carmen Sevilla, Rocío Jurado, la duquesa de Alba y Lola Flores hasta la Begum Aga Khan o Bianca Jagger. Su reputación lo acercó a un genio que él idolatraba, Salvador Dalí, con el que forjó una gran amistad, puesto que el artista siempre reclamaba sus servicios para que le arreglara su peculiar bigote o le pusiera postizos. A su lado hizo la peluca más grande del mundo, expuesta como cortina de la habitación de Mae West en el Museo Dalí de Figueres (Girona).
Sin embargo, Lluís no consiguió cambiarle el peinado a Gala. "Se maquillaba fatal y llevaba el pelo con un “arriba España” y un lazo de Chanel que le había regalado la propia Coco y no se lo cambiaba, hasta el punto de estar raído y sucio. La primera vez que cruzó la puerta de mi salón me la quedé mirando, porque era la mujer con la imagen más trasnochada, fatal y anticuada que había visto. Ella captó la impresión que tuve de ella y no me lo perdonó jamás", dijo Llongueras, que en 1968, publicó su primer libro, ‘Venus, la magia del peinado’.
Peluquero de la reina Sofía
Entre los grandes hitos de Llongueras destaca el haber abierto, en 1972, el primer salón unisex, todo un atrevimiento en aquella España todavía franquista. Adelantado a su tiempo, impulsó franquicias de academias y establecimientos (llegó a tener 50 franquicias en España y 120 salones en todo el mundo), donde equiparó el sueldo de hombres y mujeres y desde los que se impartía y aplicaba su famoso "método Llongueras", que convertía el corte de pelo audaz en una declaración de intenciones. Hasta la reina Sofía cayó rendida a su creatividad y, en los años 70 descubrió la técnica del "brushing", y cambió de peinado. Estaba tan satisfecha, que su camarera particular aprendió esta técnica para llevarla a cabo en la Zarzuela.
Su incansable espíritu creativo lo llevó a probar suerte en disciplinas tan diferentes como la poesía, la escultura, la fotografía o el dibujo, mientras su negocio crecía: llegó a tener salones en sitios tan dispares como Andorra, Tokio o Lisboa, y dio trabajo a más de 1.200 empleados. Su felicidad, sin embargo, se truncó en 1991 con el fallecimiento de su hija Cristina en un accidente de coche. Su matrimonio con Lola hizo aguas. Reconoció que con su mujer no tenía una "relación física" y le fue infiel con innumerables amantes, hasta que volvió a casarse en el 2006 con Jocelyne Novella, con la que tendría tres hijos más: Adrià, Antoni y Yasmín. Ellos fueron su apoyo cuando sus hijos mayores rompieron toda relación con él "despidiéndole" de la empresa familiar por burofax. "Con la muerte de Cristina lloré por fuera, pero con la traición de los otros dos lloré por dentro", diría el estilista, que dos años más tarde firmó un acuerdo con su familia y cobró una indemnización.
Premios, nietos y un cáncer mortal
Galardonado con prestigiosos premios como el Hall of Fame, el International Legend, La Creu de Sant Jordi, la Medalla al Mérito en el Trabajo o el Gaudí, este hombre hiperactivo de voz aflautada pasó los últimos años de su vida dedicado a sus hijos, sus nietos –ha tenido 12– y a plasmar su creatividad en la escritura –hizo, curiosamente, un libro sobre vulvas–, la escultura y la pintura.
Aquejado de un cáncer de garganta, no tenía miedo a la muerte porque creía en la vida en el más y allá y tenía claro quién le esperaba allí: su abuela Lucía, sus padres y su hija Cristina. "No quiero que me incineren. Quiero que me entierren con mi familia", dejó dicho, poco antes de partir a los 87 años.