Jaime Peñafiel nos cuenta anécdotas de Luis Ortiz, icono de la jet set de Marbella
Luis Ortiz, el exesposo de Gunilla von Bismark, murió sin dejar de repetir "que me quiten lo bailao", un mantra vitalista y lleno de optimismo

Gunilla Von Bismark y Luis Ortiz.
En enero del 2021, yo publicaba en estas mismas páginas un artículo con el siguiente título: "Gunilla von Bismark y Luis Ortiz, los divorciados mas enamorados del mundo". En esa crónica mencioné la preocupación que existía acerca de la salud de Ortiz, que ya padecía cáncer, y añadí algunas declaraciones que él hizo al respecto. "Hasta ahora vamos venciendo la batalla", dijo. Luis nunca quiso sentirse víctima y asumió, con una mezcla de resignación y naturalidad, su situación sin dejar de repetir "que me quiten lo bailao", refiriéndose a su pasión por disfrutar de la vida. Pero eso se acabó.

No eran la típica pareja.
El pasado 16 de septiembre, tras agravarse su estado, los divorciados más felices y bienavenidos del mundo, Gunilla y él, vieron cómo, casi 50 años después de comenzar su historia de amor, se hacía realidad aquello tan sagrado de "hasta que la muerte nos separe". Y eso que, aunque anunciado, su fallecimiento no se preveía tan inminente. Sin embargo, la Parca no entiende de tiempos y, acompañado de su inseparable exmujer y de Fran, su hijo, Luis se fue apagando en la clínica Quirón de Marbella.
Mis veranos con la condesa alemana y el hijo del censor

La pareja siempre era el alma de la fiesta.
Gunilla, condesa y bisnieta del canciller Otto von Bismarck, y Luis, hijo de un censor franquista de TVE, forman parte de mis veranos de los años 70 y 80 –la época más brillante de la Costa del Sol–, en los que yo alternaba el descanso con el trabajo de reportero, moviéndome entre Alfonso de Hohenlohe y su Marbella Club, el conde Perlac y su hotel Don Pepe, Ira de Fürstenberg y el conde Rudi. Pero, sobre todo, con Gunilla von Bismarck y Luis Ortiz, que fue uno de los famosos Choris, junto con Yeyo Llagostera –hijo del fundador de los laboratorios Liade, que comercializaron Strepsils y Reflex–, Jorge Morán y Antonio Arribas.

Con los reyes de Suecia, Carlos Gustavo, amigo de Gunilla desde la adolescencia, y Silvia, que es la madrina de su hijo, Fran.
Gunilla conoció a Luis en la discoteca Champagne Room. "Me gustó nada más verlo. Era una persona muy natural", me explicó en una de mis charlas con ella. Tanto le atrajo que acabó casándose con él en 1978, en Alemania, donde ella había nacido. Desde ese momento formaron la pareja más enamorada de la Costa del Sol y Luis confesó, en una entrevista al cabo de los años, que "Gunilla me ha salvado la vida, si no hubiera sido por ella yo habría seguido con una vida de desenfreno y estaría muerto".

Luis y su esposa con otra reina de Marbella, Ira de Fürstenberg.
Los dos fueron los representantes más genuinos de lo que se llamó la "jet-set", de la que el príncipe Alfonso de Hohenlohe y su esposa, Ira de Fürstenberg, eran dos de sus más ilustres miembros. Sin embargo, ni siquiera Ira en su mejor momento logró eclipsar la fama de Gunilla, la diosa de Marbella.
En 1989 ocurrió lo inimaginable. Ella y Luis se divorciaron tras 11 años de pública felicidad y un hijo, Fran, que nació en 1980 y que fue amadrinado por toda una reina, Silvia de Suecia, gracias a la amistad de su marido, el rey Carlos Gustavo, con Gunilla desde su adolescencia.
Cumplieron su palabra de no volver a casarse

Se casaron en 1978, fueron padres de Fran en 1980 (en la foto, con él y su mujer) y, aunque luego se divorciaron, fueron inseparables hasta el final.
Al anunciarse la separación de la pareja, se comentó –lo publicó Manuel Romero, un colaborador que tuve–, que Gunilla hizo unas declaraciones en las que, con sentido del humor, decía: "Nuestro divorcio vale 10 millones de pesetas. Luis me comentó en broma y delante de unos amigos que podríamos divorciarnos y después volvernos a casar".
No sé si la pareja se divorció, como los que lo hacían en aquella época, para obtener una suculenta cantidad de dinero con la que mantener el ritmo de vida habitual de Marbella, con sus cenas, reuniones sociales, cócteles y fiestas.
Pero lo que sí es cierto es que los dos cumplieron la palabra que me dieron poco después, cuando me aseguraron que no volverían a pasar por el altar. Claro que lo que yo nunca imaginé es que, pasados los años, seguirían exactamente igual: sin abandonar la soltería. Y así ha sido hasta el final.