Jaime Peñafiel desvela los secretos de la pasión de las Casas Reales por el mar
Las principales casas reales europeas tienen en común su afición por los deportes náuticos, cuyo disfrute les ha aportado mucho placer, pero también disgustos
L a pasión por los deportes náuticos, o simplemente el mar, entre las familias reales de todo el mundo es más que conocida. Independiente de yates como el Fortuna en España, el HMY Britannia en el Reino Unido, o el Norge y el Pacha III en Mónaco, miembros de diferentes dinastías han figurado también en competiciones náuticas e incluso en Olimpiadas. Como Felipe VI que, siendo príncipe, fue abanderado en los Juegos de Barcelona y compitió en la clase Dragón de vela.
Categoría en la que también participaron el rey Juan Carlos en Munich-72 y su tío, Constantino de Grecia, que ganó el oro en Roma-60, juegos en los que iba a competir doña Sofía, pero un accidente durante los entrenamientos le hizo desistir. Amante de la vela, afición que no comparte con doña Letizia, Felipe VI participó recientemente en la Copa del Rey Mapfre de Vela, con el Aifos (Sofía al revés), en aguas de la bahía de Palma de Mallorca.
Nuestro colaborador, Jaime Peñafiel, nos cuenta más secretos relacionados con el amor de las Casas Reales por el mar.
Don Juan Carlos, pillado desnudo en alta mar
Don Juan Carlos compitió siempre con el Bribón y su amor por lo náutico le venía de su padre, don Juan, que encontró un alivio para sus años de exilio navegando en El Saltillo, un barco que no era de su propiedad, sino que se lo cedió Pedro Galíndez desde 1946 hasta 1963. Como decía Baudelaire: "Hombre libre, siempre amará el mar".
"En cierta ocasión, don Juan Carlos me confesó que, de no haber sido rey, le hubiera gustado ser marino", explica Peñafiel. Se contentaba con ser "almirante" de sus "Fortunas". En plural, porque tuvo tres.
El primero de ellos, construido en unos astilleros de Barcelona, se intentó que fuera una embarcación moderna y ligera, pero fue simplemente un yatecito, nada parecido a los de sus amigos Giovanni Agnelli y Raúl Gardeni, dueños del Passage di Venezia y del Moro de Venezia, grandes embarcaciones de lujo que fondeaban cada verano en Palma de Mallorca.
Un regalo del Rey de Arabia Saudí
En aquella época, también subió al lujosísimo yate del rey Fahd de Arabia Saudí quien, años después, en 1979, le regaló "una maravilla de la técnica naval". Fue bautizado con el nombre de Fortuna. A bordo de este regalo tuvo dos, digamos, incidentes. En 1989, unos reporteros le fotografiaron desnudo mientras tomaba el sol en la cubierta de su yate. La prensa española, muy cortesana y respetuosa con la figura del Rey, no se atrevió a publicarla, pero sí lo hizo la revista italiana Novella 2000 y se armó la de Dios es Cristo.
Felipe González, entonces presidente del Gobierno, quería querellarse contra la publicación, pero el sentido común del entonces ministro Francisco Fernández Ordóñez impidió tal locura. "Señor, para evitar que a uno le fotografíen en pelotas, lo mejor es no ponerse", le dijo al Rey.
El otro incidente sucedió el 14 de agosto de 1988, con motivo de la visita del príncipe de Gales, Carlos de Inglaterra, a Palma de Mallorca. Fue deseo de don Juan Carlos mostrarle las bellezas de las islas con un crucero a bordo del Fortuna, pero el resultado fue de safortunado. Cuando se dirigían a Mahón, un cortocircuito bloqueó los mandos del yate y tuvo que ser remolcado por un barquito de pescadores hasta la base naval de Sóller. Una imagen tan cómica y ridícula que don Juan Carlos no paró de disculparse.
En 2013, tras el episodio de Botswana, el Rey renunció a su barco
Hubo un tercer Fortuna, regalado en el verano de 2000 por 30 empresarios del sector turístico mallorquín. Les costó la friolera de 22 millones de euros. En el 2013, tras el episodio que protagonizó en Botswana, el Rey renunció a él. Los empresarios lo reclamaron para venderlo por 10 millones a la naviera Balearia, que se deshizo del yate por 2,2 millones.
Aunque hoy los jóvenes "royals" apuestan por disciplinas más populares para deslizarse por el mar, como el "windsurf", el surf, "paddle surf", motos acuáticas e incluso el submarinismo, hay una familia real europea que tuvo que lamentar la muerte en el mar de uno de sus miembros. Es la del Principado de Mónaco. El 3 de octubre de 1990, Stefano Casiraghi, segundo marido de la princesa Carolina, defendía el título de campeón mundial de "offshore" clase I, la Fórmula 1 del mar, al mando de su lancha Pinot di Pinot frente a Cap Ferrat, cuando se estrelló contra una ola a más de 150 kilómetros por hora. Volcó y murió.
Pese a ello, Carolina y sus hijos han seguido disfrutando del mar con el velero Pacha III, yate así bautizado por los nombres de Pierre, Andrea y Carlota. Pierre es un consumado navegante. Convencido ecologista, llevó a bordo de su velero Malizia II a la activista Greta Thunberg hace dos años para que la joven pudiera participar en una cumbre climática.
La pasión marinera de la familia de su graciosa majestad, Isabel II, se centró durante años en el yate real HMY Britannia, donde la reina inglesa y sus hijos han pasado las vacaciones y han surcado los mares del mundo, ya que ella es la jefa de estado de los 54 países de la Commonwealth.
Se da la circunstancia de que el Britannia fue el "culpable" de que nadie de la Familia Real española acudiera a la boda de Carlos y Diana. ¿El motivo? Se sabía que la pareja real iniciaría su luna de miel a bordo de la embarcación desde Gibraltar, lo que se tomó como una ofensa al Estado español. En 1997, Isabel II presenció con lágrimas en los ojos la retirada del yate, que ahora funciona como atracción turística en el puerto de Edimburgo.
La Familia Real del país de los vikingos está tan relacionada con el mar que no sólo navega en el Norge, el yate real, sino que lo usaban como base de la familia cuando el rey Harald participaba en las regatas de la Copa del Rey española. Suelen atracarlo en Porto Pi (Mallorca). Este barco de gran belleza, que lleva 82 años navegando, fue un regalo al rey Haakon por su 75º cumpleaños. En 1985 y mientras estaba siendo reparado en unos astilleros, se incendió, pero se reconstruyó, reforma que duró un año. La pasión por el mar ha pasado a las nuevas generaciones y la princesa Ingrid Alexandra, de 16 años, es una excelente surfista.
Federico, el Rey danés tatuado y navegante
Federico, conocido como "el rey tatuado" y que reinó en Dinamarca hasta el 14 de enero de 1972, cuando fue sucedido por su hija Margarita, actual soberana, fue oficial de la Marina en su juventud y recorrió el mundo entero. A diferencia de los marineros que en cada puerto encontraban un amor, Federico se dedicaba en las escalas a tatuar su musculoso cuerpo de vikingo, sin importarle que, entonces, los tatuajes no tuvieran demasiada buena prensa.
A su nieto, el príncipe Federico, no se le conocen tatuajes, pero sí que le gusta el mar. Él, su esposa, Mary Donaldson, y sus cuatro hijos surcan siempre que pueden los fríos mares del norte a bordo del "Dannebrog", un impresionante buque que lleva navegando desde 1932. Fabricado en acero, tiene una característica proa blanca con remaches dorados que le dan una elegancia verdaderamente… soberana.