Victoria de Suecia y Daniel Westling: la victoria del amor
Los dos pelearon por su relación. Ella, enfrentándose a su padre, el rey Carlos Gustavo, y él, aceptando los inconvenientes que suponía para un plebeyo como él estar enamorado de una princesa
El enfado del rey
En el 2001, Daniel empezó a entrenar a Victoria. Así fue cómo, al cabo del tiempo, el deporte les convirtió en amigos y amantes.
Entre sesiones de gimnasia, conversaciones sobre la vida y citas en secreto en casa de Daniel, que le preparaba comidas sanas y hechas con cariño, el romance de Victoria y su preparador físico se fue cociendo a fuego lento. Iban con pies de plomo, tratando de no ver lo que les estaba pasando, conscientes de que la diferencia social entre los dos –él, plebeyo y ella, heredera del reino– era un muro casi infranqueable. Pero, un día, se dieron cuenta de que no podían vivir el uno sin el otro cerca.
Y en el 2002, se desencadenó la tormenta con la publicación de unas fotos suyas, besándose, que no gustaron nada al rey Carlos Gustavo que no quería a un plebeyo para su hija, cuando, paradójicamente, él se había casado, en 1976, con Silvia Sommerlath, una azafata de la que se enamoró sin remisión.
La rebelión de Victoria de Suecia
Boda de cuento de hadas. La pareja, pletórica, se casó el 19 de junio del 2010, en una ceremonia muy emotiva.
Al cabo de dos años, cansada de esperar el beneplácito paterno, Victoria se rebeló y se mudó al piso de su compañero. No sólo eso. Ante la presión a la que Daniel se veía sometido por parte de la prensa, que llegó a airear que había defraudado a Hacienda, criticó duramente a los medios y dijo: “Es una suerte que alguien quiera tener una relación conmigo en estas circunstancias”.
El ultimátum de Victoria
Victoria y Daniel abrazados.
Por su parte, Daniel nunca se quejó ni respondió a los ataques. Sólo quería estar con Victoria, porque con ella se sentía completo. Y sin embargo, los reyes no daban su brazo a torcer. Era como si no quisieran entender la dimensión de aquel amor, que estaba destinado a triunfar.
Aliados perfectos. Victoria, de 47 años, y Daniel, de 50, protagonizan su propio cuento de hadas y demuestran que son los aliados perfectos, tanto en su papel institucional como en su vida privada.
En el 2008, llegó un punto de inflexión. Victoria, como hizo su padre cuando quiso casarse con Silvia, le dio un ultimátum al rey asegurándole que renunciaría al trono si no le dejaba compartir su vida con el hombre que le había devuelto la alegría. Al año siguiente, el 24 de febrero del 2009, se anunció el compromiso de la pareja y cuentan las crónicas que, ese día, la sonrisa de la princesa era la de la victoria del amor.
Gracias a Daniel, Victoria volvió a sonreír, y él sólo se sentía completo al lado de la princesa
Sin embargo, su historia tuvo que superar otro obstáculo. En mayo del 2009, Daniel, que sufría de insuficiencia renal por una enfermedad congénita, tuvo que someterse a un trasplante de riñón, que le donó su propio padre. Afortunadamente, todo salió bien y Victoria y el exentrenador pudieron contraer matrimonio el 19 de junio del 2010, en la catedral de San Nicolás de Estocolmo, el mismo día y el mismo lugar en que lo hicieron Carlos Gustavo y Silvia de Suecia 34 años antes.
Su sendero del amor
Victoria y Daniel de excursión.
Fue una de las bodas reales más románticas, emocionantes y alegres que se recuerdan. "Estoy increíblemente feliz, Quiero dar las gracias al pueblo sueco por haberme dado a mi príncipe", dijo Victoria, que no pudo evitar que el brillo intenso de sus ojos delatara la felicidad que sentía después de casi 10 años batallando por su pasión y, como su nombre auguraba, saliendo victoriosa de todas las pruebas a las que se enfrentó.
Hoy, su vida con Daniel, duque de Västergötland, sigue gobernada por el amor, la complicidad y la alegría. Sobre todo desde que nacieron sus hijos, Estelle, en el 2012, y Oscar, en el 2016.
Victoria de Suecia y Daniel Westling con sus hijos.
La futura reina y su marido, que hasta tienen un Sendero del Amor que lleva su nombre, en los Jardines Reales de Estocolmo, se han ganado a pulso su felicidad y nos recuerdan cada día que los cuentos de hadas existen y que, en ellos, casi siempre triunfa el amor.