Regalos de amor de los "royals": del zafiro de Juan Carlos I al tango de Máxima
Los miembros de la realeza son capaces de sorprender a sus parejas con gestos románticos que se convierten en la prueba de su amor
Vamos a rememorar momentos únicos y románticos que ha vivido la realeza. Muchos de ellos tienen que ver con gestos y también con regalos, porque regalar es una forma importante de conectar y un obsequio tiene la capacidad de fortalecer un vínculo, exteriorizando amor y gratitud.
Entre los obsequios preferidos de los "royals" están las joyas, como el zafiro que don Juan Carlos le regaló a Sofía en una de las anécdotas más románticas que puedo recordar. Fue la propia reina Sofía quien me la contó.
"Nos habíamos casado hacía unos días. Y la capital de Tailandia era una de las escalas de nuestra luna de miel. Durante un paseo por la ciudad, en una joyería, descubrí un hermoso zafiro que quise comprar. Pero entonces el precio no entraba en nuestras posibilidades económicas. Cinco años más tarde, exactamente en 1967, volvimos a Bangkok. Aunque parezca increíble, yo no había olvidado aquel zafiro. Y, aprovechando una mañana de compras, fui a la joyería para ver si aún lo tenían. Desgraciadamente, lo habían vendido. Me llevé un gran disgusto. (...) Pero, a la hora de la cena, mi marido sacó del bolsillo un estuche. Era el zafiro de mis sueños, que yo había deseado y perseguido a lo largo de cinco años", me explicó con emoción contenida doña Sofía.
Por primera vez en la historia de las bodas reales, sonó un bandoneón
Otro caso de romanticismo extremo en una Casa Real se produjo el 2 de febrero de 2002, día de la boda del entonces príncipe Guillermo de Holanda con la bellísima economista argentina Máxima Zorreguieta. La felicidad de la novia no era posible. El Gobierno holandés había prohibido la presencia de su padre, Jorge Zorreguieta, por haber sido ministro del dictador Videla.
Para compensar a la novia del dolor ante la ausencia de su padre, su novio decidió hacerle un regalo y, por primera vez en la historia de las bodas reales, un bandoneón arrabalero sonó para interpretar, en el transcurso de la misa más solemne, un tango. Fue nada menos que "Adiós Nonino", de Astor Piazzola, el preferido del padre de la novia. Yo, que estaba presente, pude ver cómo las lágrimas arrastraban el maquillaje y manchaban el elegantísimo traje de novia de Valentino. Digamos que fue una boda real a ritmo de tango.
Hemos hablado de regalos, pero también, como he dicho, hay gestos que expresan mejor que nada la intensidad de un amor, aunque, como en el caso de Felipe de Edimburgo, sea de forma secreta. Y es que el esposo de Isabel II de Inglaterra, que dejó de fumar por ella cuando se casaron, le regaló un anillo de boda muy especial. No sólo porque le pidió a un joyero que lo forjara siguiendo sus instrucciones con una gran pepita de oro que recibió como regalo del pueblo de Gales, sino porque hizo que éste grabara en su parte interna una inscripción que, excepto él, la reina y el grabador, nadie conoce ni conocerá. Ese anillo es la única joya que la monarca británica no se quitó nunca desde que se casó en 1947, y con él fue enterrada en la capilla de San Jorge, en Windsor, el pasado mes de septiembre.
No dejo Inglaterra, porque me viene a la memoria que a Diana se le ocurrió un detalle lleno de romanticismo, propio de la novia adolescente que fue. La princesa inscribió en las suelas de sus zapatos de boda las iniciales de su nombre y el de Carlos, la "D" y la "C", un guiño al amor que ella le profesaba al príncipe y que nunca, como bien sabemos, fue correspondido.
Precisamente Carlos protagonizó un original gesto de amor con Camilla, hoy su esposa. Con motivo de su 60º cumpleaños, en el 2007, contrató a la Orquesta Filarmónica de Londres para tocar una pieza de Wagner para despertar a su mujer. ¿Y qué pieza fue? Una muy significativa: "Idilio de Sigfrido", obra de 1870, que el compositor alemán le dedicó a su esposa, Cósima.