La vida de Antonio Orozco (capítulo 1): así fue su infancia y su despertar musical
Antonio Orozco fue un chico de barrio al que marcó la muerte de su padre. Su vida ha estado plagada de música, alegrías... y tragedia. Y te la contamos en una serie de apasionantes capítulos. ¡No te pierdas ninguno!
Dice Carmen Terrón, la madre de Antonio Orozco, que cuando estaba embarazada sabía que el bebé en camino iba a dar mucha guerra. Y es que el hijo que esperaba iba a ser un rey sin reino, pero con muchas cosas que decir, muchos corazones que conquistar y batallas musicales por vencer. En una época en la que no había ecografías, el médico le comunicó que esperaba gemelos por el volumen de su barriga. Pero el 23 de noviembre de 1972, Carmen dio a luz a un niño, Antonio José Orozco Ferrón, que pesaba más de 5 kilos, así que, en cuanto el bebé salió y tomó su primera bocanada de aire antes de romper a llorar con un «quejío» muy andaluz, el médico le dijo que estaba claro que lo que esperaba no eran gemelos, sino un niño que valía por dos.
Antonio José, como le sigue llamando su madre cuando le regaña, fue el primer hijo del matrimonio Orozco, Antonio, un albañil, y Carmen, una limpiadora, que habían dejado Osuna (Sevilla) en busca de una vida mejor en Hospitalet de Llobregat, municipio vecino a Barcelona.
Después del mayor, llegarían Jesús, a quien llaman Chechu, y el pequeño, Marcos, antes de que el destino pusiera patas arriba la vida de aquella familia humilde, golpeándola con la fuerza de un tsunami y haciendo que Antonio quedase por siempre marcado por la figura paterna.
Desayunos con manteca 'colorá' y reuniones en casa de la abuela
En Hospitalet, en el bloque de pisos de la calle de la Renclusa, donde también vivían su tía y sus abuelos, Antonio José pasó su infancia sin más sobresaltos. Bueno, sólo uno. Una manía que tenía su madre, que, sin disimular su deseo de haber tenido una hija, lo vestía de niña, le hacía coletas y lo rebautizó como Manuela sin que a él, un niño por entonces sorprendentemente rubito, le importase demasiado.
Eso sí, cuando la gente exclamaba al verlo, «¡qué niña tan preciosa!», él les corregía diciendo que era un niño. De esos años primerizos, Antonio recuerda las tostadas con manteca colorá, la sopita de puchero con hierbabuena, los partidos de fútbol en la calle, a su abuelo dándole 500 pesetas para que cambiara las cuerdas de su guitarra, los veranos en el cámping, con sus tíos y sus primos, y las reuniones familiares en casa de su abuela, Rosario, alrededor de la mesa camilla, con el calor del brasero y el olor del café para recordar la vida en el pueblo.
El pequeño Orozco vivió su infancia en un entorno dominado por la nostalgia que sentía su familia por Andalucía, que se borraba de sus miradas en cuanto su tío, José Ferrón Torres, que formaba parte de la Peña Flamenca Antonio Mairena, arrancaba a cantar mientras su padre, que tocaba la guitarra, lo acompañaba. Así que, en medio de su vida de colegial, de las aventuras y juegos con sus colegas, los tebeos, los libros y el fútbol, el flamenco lo inundaba todo.
Con 8 años, Antonio se quedaba embobado escuchando canciones de Manzanita, Enrique Morente, su ídolo; Paco de Lucía y grupos como Triana y Medina Azahara, que era la música que su padre llevaba en el corazón desde que dejó Andalucía. Y si el flamenco fue la banda sonora de su infancia, la guitarra despertó en él una atracción que nunca le abandonó.
Por eso, un día, a hurtadillas, cogió la guitarra paterna y se la llevó a su habitación. Cuando empezó a rasgar sus cuerdas tratando de imitar a su progenitor mientras sonaba de fondo el disco «Fuente y caudal», de Paco de Lucía, Antonio sintió que algo se removía en su interior. Sin saberlo, estaba despertando su alma musical flamenca...
No te pierdas cómo continuó la pasión de Antonio por la música en nuestro próximo capítulo. ¡Atent@ a nuestra web!