La vida de Lola Flores (capítulo 4): a la conquista de América y del amor
Su vida artística se consolidó en América, de donde regresó convertida en estrella y dispuesta y preparada para triunfar en el amor, algo que hizo cuando Antonio González, "el Pescaílla", se cruzó en su camino
Con el amor intempestivo de Manolo Caracol ya acabado, Lola Flores debía tirar adelante sola, pero lo hizo pisando fuerte, dispuesta a que su nombre brillara por sí mismo en los carteles. Y la vida le sonrió por fin poniéndole a Cesáreo González en su camino.
Algunas malas lenguas dijeron que eran amantes, pero Lola siempre lo negó. Cesáreo era un productor que creyó en ella y llegó a su vida en el momento adecuado, poniéndole sobre la mesa un contrato de 6 millones de pesetas y algunos suculentos regalos en forma de brillantes para convertirla en una estrella, aunque no sólo en nuestro país, ya que iba a llevarla a América.
Lola Flores se llevó a toda su tropa al otro lado del charco
Llegaba la hora de irse y en casa de Lola todo era un alboroto. Porque si algo tuvo claro desde el principio era que se iba a marchar con toda su tropa, sus padres, su hermana Carmen, su representante, Palmita; el bailaor Faico, el guitarrista Paco Aguilera y Manolo Mato, que era pianista.
La casa de los Flores se llenó aquellos días de risas y alegría con los preparativos, pues cada cual tenía una ocurrencia más estrambótica, y mientras su madre quería llevar todo tipo de alimentos, su padre no pensaba partir sin su canario o su jabugo, mientras su hermana empaquetaba hasta sus gusanos de seda.
"Nos pasábamos las horas haciendo listas, de ropa, vestidos, canciones... Llevábamos desde garbanzos hasta las botellas de vino tinto", recordaría ella en sus memorias. Todos pusieron una ilusión enorme en aquel viaje pues, como dijo Lola: "Habíamos sufrido mucho y nos merecíamos todo aquello".
La llegada de Lola Flores a México fue absolutamente triunfal
Era abril de 1952. El vuelo hasta México tuvo tres escalas y duró 20 horas que se les hicieron eternas. Circularon rumores de que incluso Rosario quiso encender un hornillo para cocinar en pleno vuelo, pero Carmen Flores ha dejado claro que ésa es una leyenda más que corre por el imaginario colectivo.
Cuando aterrizaron en México, les esperaba una banda de mariachis, así que Cesáreo le pidió a Lola que, antes de bajar del avión, se pusiera un traje de gitana para llegar como ellos esperaban.
Sin dejarla descansar, la llevaron a las Cervezas de la Corona, donde obvió su cansancio y actuó para 20.000 personas que cayeron rendidas a su arte. El público la adoró y ella lo dio todo llenando las funciones a rebosar.
"Tienes que seguir así hasta que el cuerpo aguante, ¡eres la imagen de España!", le decía Cesáreo a Lola. Ella se sentía como si viviera la Feria de Abril más larga de toda su vida, todo el día vestida de gitana y paseando su arte de escenario en escenario.
Ganaba a diario cerca de 17.000 pesetas, y eso le impulsaba a continuar bailando, de día en teatros y de noche en el Capri, donde se reunía lo más florido de Hollywood. Allí conoció a Ginger Rogers, Shelley Winters, Cyd Charisse o a la incomparable Edith Piaff.
Los "latin lovers" se rifaban su amor
Desde su cuartel general en México, la gran artista en que se convirtió no paraba y se iba de gira por Latinoamérica para regresar después al país azteca y hacer cine. Diez películas protagonizó esos años, entre ellas "¡Ay, pena, penita, pena!", "Lola Torbellino", "Limosna de amores", "La gitana y el charro" o "La Faraona", su apodo, que nació en México a causa de sus rasgos egipcios y que se quedaría para siempre grabado en el imaginario colectivo.
En América, Lola se sentía libre. Era una joven bella y exitosa, que por fin empezó a disfrutar del amor. Ella, que en Madrid tenía un medio novio –el galán de cine Rafael Romero Marchent–, no dejó pasar las oportunidades que se le pusieron por delante, dejando una profunda huella en el corazón de auténticos "latin lovers" como Ricardo Montalbán, con quien vivió un tórrido romance que fue objeto de los cotilleos y titulares más sonados del momento.
También se la relacionó con los actores Rubén Rojo, Luis Aguilar o Carlos Thompson. Se llegó a decir que hasta Aristóteles Onassis sucumbió a su belleza, algo que Carmen Flores se ha encargado de desmentir por completo.
Con quien sí tuvo Lola una aventura en Cuba fue con un "gigoló" cazafortunas llamado Jorge. Él, un delincuente peligroso y muy pasional, le enseñó muchas cosas, como "la trampa de la terrible marihuana".
Se enamoró tanto de ella que incluso la siguió hasta Nueva York convertido en polizón de un barco y, tras amenazar a Lola y llegar a agredirla en un hotel porque ella lo rechazó, el bandido –que también tenía delitos de sangre– fue detenido por la policía.
"Yo lo único que quiero, Lola, es casarme contigo y llevarte al altar", decía mientras se lo llevaban esposado. Pero ella aspiraba a mucho más.
Era entonces una artista ya consagrada en casi todos los lugares de América, incluso en Nueva York, donde la leyenda que rodea a la artista dice que se escribió un titular sobre ella que decía: "Ni canta ni baila, pero no se la pierdan". Pudo ser real, pero nadie ha sabido encontrar ni diario ni revista en la que saliera esta noticia. O alguna parecida.
Lola Flores vivió el sexo sin tabús y con mucha naturalidad
La vida de Lola al otro lado del Atlántico transcurría entre escenarios, platós, copas, bailes, cantes y admiradores. Y viviendo el sexo sin tabús, con mucha naturalidad.
En Venezuela, se enamoró del futbolista Biosca cuando, tras un partido, él fue al teatro a conocer a Lola y posteriormente salieron a bailar. Ambos vivieron un amor apasionado y, en uno de sus regresos a España, en Barcelona, se siguieron viendo de forma furtiva hasta que él rompió con ella.
No pasó mucho tiempo y la cantante se enamoró de otro futbolista, Coque, del Atlético de Madrid. Este idilio fue más polémico, pues él tenía una novia que acabó siendo su esposa. Sin embargo, incapaz de olvidarla, el deportista regresó con Lola.
Tan atrapados estaban los dos en la relación que él empezó a desatender sus obligaciones con el Atlético para estar con ella. Y entonces, cuando la Faraona tuvo que volver a América, como él estaba arruinado y con deudas, ella se las pagó y se lo llevó.
Pero como era un hombre casado, su mujer lo denunció. "Vivíamos en México. La policía de aquel país fue a por él y le hizo saber lo que pasaba. Fuimos a juicio y lo perdimos dos veces", recuerda Lola.
De vuelta a España, su historia acabó y Lola tuvo una propuesta de matrimonio, que rechazó, de un joven llamado Pochi, que había viajado desde Panamá para casarse con ella. Dicen que hasta el mismo Gary Cooper se coló en la habitación de la solicitada artista, que no sólo seducía con su arte, sino también con la elegancia con la que resplandecía.
Reencuentro con Antonio cuando ya era padre y tenía un nuevo amor
De nuevo en España, Lola empezó a montar un espectáculo. Como necesitaba un guitarrista se acordó de uno que conoció tiempo atrás, Antonio González, "el Pescaílla". Y, en cuanto volvieron a verse, surgió el flechazo.
Y eso que Antonio –que ya tenía una hija, Antoñita, de una relación con una bailaora llamada Dolores– estaba saliendo entonces con Carmelita Santos, que, además, estaba embarazada.
La Flores los contrató a los dos, a él como guitarrista y a ella como bailaora, y el bebé en camino no impidió que Antonio y ella se amasen en secreto. No sólo eso, ya que la jerezana se quedó encinta y, esta vez, sí que quiso seguir adelante con el embarazo.
Además, llevar al altar a ese hombre de intensa mirada. Así que decidieron casarse. "Al matrimonio fuimos de penalti, sí, pero amándonos hasta el borde de la vida, deseándolo", recuerda ella.
Se casó con miedo en el cuerpo por si la familia de Dolores impedía la boda
Con el frío en el cuerpo y el miedo en el alma, ambos se presentaron en la basílica de El Escorial el 27 de noviembre de 1957 a las seis de la mañana.
Envuelta en un traje de encaje gris plata creado por Asunción Bastida, con mantilla a juego, y una faja que disimulaba sus tres meses de gestación, Lola dio el "sí, quiero" a su marido con tanta prisa como temor, pues había rumores de que la familia gitana de Dolores venía desde Barcelona para impedir la boda y matar a Antonio.
Ya se habían presentado antes de la boda en casa de Lola, chillando y formando una algarabía que acabó con su padre zarandeado y con ella cayéndose por las escaleras, poniendo en riesgo su embarazo.
"Antonio me hizo la mujer más feliz del mundo"
Ese 27 de noviembre, cuando el cura preguntó tres veces si alguien conocía algún impedimento para celebrar esa boda, Lola le dijo: "Padre, cállese usted, no vayamos a liarla a última hora". Al salir de la basílica, nevaba, y la artista sintió que estaba en un cuento de hadas.
"Antonio me hizo la mujer más feliz del mundo. Consiguió que tocara el cielo, la luna y las estrellas con las manos", reconoció Lola.
Seis meses después de la boda nació Lolita. Una niña a la que, con sólo mirarle a la cara, Lola ya presintió que sería artista. A los tres años llegaría Antonio Flores, y, el 4 de noviembre de 1963, lo haría Rosario.
Lola Flores había cumplido muchos sueños, pero estaba viviendo el más grande, el de ser madre y ver salir adelante a su propia familia.