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Lola se enfrentó al cáncer, a sus problemas con Hacienda y a la drogadicción de su hijo con la fuerza que siempre la caracterizó.

Lola se enfrentó al cáncer, a sus problemas con Hacienda y a la drogadicción de su hijo con la fuerza que siempre la caracterizó.

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Después de volver locos de amor a decenas de hombres, de amar sin medida, de vivir pasiones desenfrenadas, de lanzarse sin tabúes a “ser la otra” y de dar rienda suelta a su lado más picarón, por fin Lola Flores había encontrado la estabilidad emocional en su madurez junto a Antonio González “El Pescaílla”, que consiguió hacer realidad su sueño de llevarla al altar y crear una familia.

Lola se convirtió en madre por primera vez a los 35 años, y en aquel mayo de 1958, tras un parto doloroso -ella siempre recalcó que tuvo a sus hijos “sin goteros” y con muchos dolores, y por eso los quería tanto- cuando cogió a su pequeña Lolita en brazos, no había madre más feliz en el mundo.

Su hijo Antonio, su debilidad

“Estábamos locos con ella, la llevábamos a todos lados”, contaba Lola de su primera hija, que enseguida sacó a relucir sus dotes artísticas y fue siempre la que más conexión tuvo con su madre por ser la mayor y la que más tiempo estuvo a su lado.

Tres años más tarde llegó Antonio, su segundo hijo, que fue especial para Lola, primero por su parecido con ella -decía la artista que era como un gota de agua suya, pero en chico- y después por la personalidad tan genuina que tenía:

“Yo le veo como una luz tremenda alrededor”, y recalcaba: “Parece un chico frío y distante, pero no. Es muy sensible, se le puede hacer daño de cualquier forma con una mirada”.

Lola, que compaginaba la crianza de sus hijos con una vida artística que no dejó de lado, se enteró en el mismo Hollywood de que estaba esperando a su tercera hija, a la que llamó como su madre, Rosario. Quizás por ello, y porque embarazada de ella rodó tres películas, tuvo la certeza de que iba para actriz de cine. Sólo un poco se equivocó en sus predicciones, pues esa chiquilla que había nacido heredando ese “torbellino” de su madre, además de sus preciosas y fibrosas piernas, debutó en el cine con sólo seis años, cuando apareció en “El taxi de los conflictos” junto a sus padres y a su hermano Antonio cantando aquello de “Que me coma el tigre”. A esa edad ya era una gitana yeyé con mucho desparpajo, la más libre e independiente de los hermanos.

Lola se desvivía por sus hijos

La Faraona con sus tres hijos. Todos siguieron sus pasos.

La Faraona con sus tres hijos. Todos siguieron sus pasos.

Así, mientras la prole de la Faraona iba creciendo y mostrando su talento, ella iba y venía de sus giras y de sus rodajes. “Muchas veces hubiésemos deseado que fuese una madre normal para que estuviera más tiempo a nuestro lado”, se lamentaba Lolita de adolescente.

Sin embargo, Lola se desvivía porque a sus hijos no les faltara de nada, y aunque muchas veces debía viajar y estaba lejos de ellos, juntos pasaban veranos inolvidables en Marbella, en la casa de “Los Gitanillos” donde Lola se reunía con famosos de la talla de Ava Gardner, Audry Hepburn o Sean Connery.

Crisis matrimonial

Sin embargo, la felicidad de su matrimonio se empezó a quebrar a partir de 1964, cuando Lola y Antonio estrenaron un espectáculo llamado “La guapa de Cádiz”. Allí, la mujer de un cantaor se fijó en “El Pescaílla”, y le hacía numerosas visitas en su camerino, lo que provocó un vendaval de celos en la temperamental Faraona, que con esas crisis empezó a perder la pasión tan desenfrenada que la había unido al guitarrista. Pero, ellos, incluso cuando su relación se rompió del todo, jamás dejaron de compartir techo por el bien de sus hijos.

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