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Josephine Cochrane, inventora del lavavajillas

Aunque otros lo intentaron, fue esta mujer, apasionada de la mecánica, quien ideó uno de los electrodomésticos más utilizados en los hogares de todo el mundo a fines del siglo XIX

Josephine Cochrane

Josephine Cochrane.

María Alba

Emprendedora. Así llamaríamos hoy a Josephine Garis Cochrane (1839-1913), porque detectó una necesidad y le buscó una solución, y lo hizo gracias a sus conocimientos técnicos.

Su pasión por la mecánica le venía de familia. Su abuelo fue John Fitch, que construyó el primer barco de vapor de EEUU, y su padre fue ingeniero hidráulico. Así pues, su vida estaba vinculada a dos elementos presentes en los lavaplatos: el agua y la mecánica.

Y, si siendo niña le gustaba ir con su padre a reparar máquinas mientras aprendía cómo hacerlo, de mayor aprovechó su habilidad para solucionar un problema doméstico y también laboral, ya que el trabajo de lavar platos a mano en las cocinas de restaurantes era agotador y desagradable, por los malos olores y la atmósfera sofocante provocada por el agua caliente.

Todo se precipitó un día, cuando, harta de que en su casa parte de la vajilla y los vasos acabaran hechos añicos al fregarlos, exclamó: "¡Si nadie inventa una máquina lavaplatos, tendré que inventarla yo!".

Patentó su máquina en 1886

Lo que parecía una locura se hizo realidad después de que su marido muriese dejándola a cargo de dos niños y con un montón de deudas. Ante esa precaria situación, en lugar de hundirse, Josephine decidió que había llegado el momento de ponerse manos a la obra y desarrollar el lavavajillas.

El invento de Josephine buscó la manera de hacer más seguro y sano el trabajo de fregar platos.

El invento de Josephine buscó la manera de hacer más seguro y sano el trabajo de fregar platos.

Cochrane patentó su aparato, el primero en utilizar agua a presión en vez usar un estropajo para limpiar los platos dentro de la máquina, en 1886, y fundó, además, su propia empresa, Garis-Cochrane Dish Washing Machine Company.

Los primeros lavavajillas eran bastante grandes, y, aunque sus clientes fueron al principio cadenas de hoteles y restaurantes, Josephine trabajó en el diseño de modelos más pequeños que pudieran utilizarse en todos los hogares.

Sólo seis años después de haber patentado su máquina, aquel aparato que había empezado a construir en la cabaña que había detrás de su casa, fue reconocido por la prensa de la época como un "hito revolucionario de la vida doméstica y de la emancipación femenina".

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